Si
hablamos de lugares las dimensiones, en ocasiones, engañan, y lo que parecen a
simple vista pequeños rincones escondidos pueden albergar importantes joyas
históricas. Este es el caso de la Plaza de Canalejas.
Situada
en pleno centro madrileño, lo primero que llama la atención es precisamente su
situación. Rodeada de famosos edificios, más emblemáticos y visitados en
general, esta parece ejercer la función de nexo de unión entre ellos. De hecho,
anteriormente era conocida como la Plaza de las Cuatro Calles, haciendo
referencia a las transcurridas vías que conducen a ella: calle Carrera de San
Jerónimo, Sevilla, del Príncipe y de la Cruz. Esto contribuye a su favorable
comunicación, siendo varias las combinaciones de transporte público que se
pueden realizar para llevar a esta. En cuanto a metro se refiere, tanto las
líneas 1, 2 y 3 ofrecen permiten llegar al destino –tanto si uno se baja en la
parada Sevilla como en Sol, por ejemplo – caminando en línea recta unos metros.
Pero esta, a su vez, puede jugar en su contra: cuando uno se encuentra en medio
de esta plaza, se da cuenta de la cantidad de turistas – y madrileños que
caminan apresurados por el estrés- que cruzan esta sin prestar atención a lo
que les rodea. Por ello, en Rincones con historia se aprovecha para dedicar dos
entradas a la Plaza de Canalejas, en un intento por adentrarnos un poco más en
profundidad en su arquitectura, sus históricos establecimientos y sus cuatro
imponentes edificios.
Comenzamos
por la calle Carrera de San Jerónimo, en cuya esquina se alza el que se
presenta como el más significativo de ello, compuesto por la Casa de Allende (a
la izquierda, visto de frente) y el Edificio Menenses (a la derecha). El
primero de ellos, construido entre 1916 y 1920, recibe el nombre en honor al
propietario de esta casa, Don Tomás de Allende. Siendo su funcionalidad
cambiante desde entonces – entre la que destaca su uso como entidad financiera –
es, sin duda, su estilo arquitectónico y diseño el que destaca por encima de su
historia en esta ocasión, llegando a ser uno de los edificios que dentro del
movimiento regionalista se presenta como
único. Destacan a simple vista su torreón, que coincide con la esquina del
edificio, y un sencillo pero chocante mirador de madera que rompe con el resto
de la composición. Este, junto con las vidrieras y los delicados detalles
ornamentales que configuran la fachada. La pequeña historia de este edificio
reside, aparte de en su dueño, en la intencionalidad y origen: al igual que
veíamos con el Pasaje de Murga, el edificio estaba pensado para romper con la
arquitectura característica del Madrid de la época.
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