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miércoles, 13 de mayo de 2015

Reseña de una exposición periodística: Garry Winogrand

En esta ocasión, abandonamos las calles madrileñas y nos adentramos en la Fundación Mapfre y en una de sus exposiciones, que alberga la obra de uno de los fotógrafos que mejor supo captar la esencia de Nueva York especialmente: Garry Winogrand.

Bajando desde el Bronx. Dando la bienvenida a los visitantes, una gran pared blanca antecede a la primera parte de la colección reflejando la ideología y el estilo fotográfico de Winogrand, la manera con la que concebía su trabajo. En ella se puede leer: “A veces siento como si […] el mundo fuera un lugar para el que he comprado una entrada […]. Un gran espectáculo dirigido a mí, como si nada fuera a suceder a menos que yo estuviera allí con mi cámara”. En eso se convirtieron para él las calles de Nueva York, en un gran escenario en el que la función no se podría poner en marcha a menos que él la captara con su cámara.

A continuación, en una pared de mayores dimensiones, comenzamos a ver las primeras fotografías que forman parte de la vida americana más ajetreada. A la derecha, niños huyendo del frío y la nieve que dejan a lo lejos una perspectiva perfecta de una calle neoyorkina; mujeres que, preocupadas, cuchichean sobre sus problemas o miembros de la comunidad negra que ríen mientras pasean entre la multitud son retratados como reflejo de una sociedad imperfecta que comenzaba a crecer en todas sus esferas y planos tras años de gran convulsión. Para ello, Winogrand requiere en mayor número de ocasiones a un objetivo gran angular para dar mayor sensación de seguimiento a un mayor número de personas y a espacios más abiertos. Con ello, el resultado es, también, más ambiguo y difícil de interpretar. Sin embargo, fotografías con una gran profundidad y primeros planos se mezclan entre sí en una pared blanca que hace resaltar tanto su blanco y negro propio como el que les rodea a través de marcos de formas más distintas. Cuánto más pequeña es la foto, más grande es este. El pequeño toque curioso lo ponen una sucesión de pequeños detalles e instantes de la vida cotidiana. En el centro, pequeñas sucesiones conviven separadas: por un lado, la rutina de hombres que caminan o conversan en un desfile, de cuerpo entero o en un plano medio; escenas más llamativas e inusuales que pertenecen de las cuales algunas vuelven atrás en el tiempo con respecto a las anteriores; o desfiles, actos y mítines políticos, hacia los que sentía interés, especialmente por fotografiar a los presidentes y vicepresidentes. En ellos, la bandera de Estados Unidos cobra fuerza, dejando paso a sus verdaderos protagonistas: los ciudadanos y sus miradas, que tanto transmiten.
En esta parte se encuentra dos de sus series más conocidas. La primera, Women are beautiful, donde la mujer es la principal protagonista. A veces, es pillada de imprevisto; otras, mira descarada o sorprendida  a la cámara. En estas fotografías, podemos contemplar a varias mujeres -a las que se identifica con su nombre-  realizando acciones muy concretas como fumar, esperar, salir del coche o simplemente paseando o hablando entre ellas. En la segunda, llamada The Animals, podemos ver a animales de todo tipo, en el zoo de Central Park especialmente. El resto de últimas fotografías de esta etapa tienen una menor conexión ente ellas si cabe: momentos en interiores como un baño del Aeropuerto JFK se mezclan con otras desarrolladas en exteriores, como una playa. Con estas fotografías podemos observar las grandes diferencias sociales existentes entonces al alternarse imágenes de grupos pudientes, que transmiten elegancia, derroche y arrogancia a partes iguales, con personas pidiendo en la calle o en situación de pobreza.
Un estudioso de Norteamérica. Junto a estas primeras fotografías, de las que sorprende su ausencia de título o pie de foto – tan solo es posible diferenciar una de otra por su contenido, ya que todas van acompañadas por el lugar donde fueron tomadas, Nueva York, y el año, lo que lleva a que muchas coincidan – da comienzo la segunda parte de la exposición: un estudioso de América. Refleja - como de nuevo su propio nombre indica a la perfección - el estudio que el fotógrafo realizó de la vida estadounidense en sus viajes, más allá de las calles de Nueva York, pero también más allá de las costumbres y tradiciones, en un intento por comprender mejor a los norteamericanos.


A medida que la exposición avanza, y con ella las fotografías, uno puede darse cuenta que la situación del país va cambiando, y con ellas, los distintos sentimientos y situaciones reflejados en ellas. Los altos rascacielos y las calles kilométricas quedan atrás, dejando paso a las grandes casas entre montañas de Texas y al protagonismo de los paisajes y las ciudades menos concurridas captadas con un objetivo gran angular. Se trata de fotografía más descuidadas, con enfoques inclinados y en las que el motivo fotografiado aparece cortado, como insinuado. En esta parte de la exposición, los temas no suelen mezclarse y exponerse por separado, sino agrupados en pequeños grupos de tres, cuatro u ocho fotografías: ferias de ganado y vaqueros paseando por Dallas por un lado, convenciones políticas y mítines de Kennedy juntos; fotografías de distintas playas y en frente de diferentes interiores, en alguna ocasión alternadas, en las que premia a veces lo estático frente al movimiento, a diferencia de la primera parte.               


Otra planta nos dirige a lo que queda del resto de la exposición, que comienza concluyendo esta parte. Aquí, la temática y los pequeños agrupamientos de fotografías comienzan a ser más cerrados. Una pared alberga las despedidas, encuentros y esperas en los aeropuertos. En frente de esta, el patriotismo es más marcado: pueden verse banderas como motivos principales, desfiles de miliares, la marcha de los soldados a la guerra. Sin alejarse de la realidad, las fotografías son un reflejo de uno de los hechos en el que Estados Unidos se estaba viendo envuelta: la Guerra de Vietnam. Pero igual de importante fue el movimiento antibélico. En esta ocasión, la exposición acierta al alternar los mítines de los presidentes que fueron pasando a lo largo de estos años con grandes espacios abiertos en los que el auge del movimiento hippie queda palpable: miradas a la cámara o la sensación de libertad, especialmente de la mujer se juntan con instantáneas más rurales de ferias o partidos de fútbol americano. Las grandes manifestaciones y multitudes de gente conducen a la última parte de la exposición.



Auge y crisis. Esta tercera y última sección engloba su última etapa fotográfica, desde su marcha de Nueva York a principios de los años setenta hasta su fallecimiento a causa de un cáncer  en 1984. En sus paredes, son varias las ciudades que podemos volver a leer en los títulos de sus fotografías, sobre las que Winogrand quiso profundizar en mayor medida, y muchos los distintos interiores y exteriores captados, repitiéndose la mayoría de los temas mencionados anteriormente.

Pero si en la segunda parte mostrada ya íbamos siendo conscientes de ese tono amargo que su temática iba adquiriendo, y que parecía que iba dejando atrás paulatinamente para recoger la felicidad de los jóvenes, este se incrementa de una manera más perceptiva aún. Como una prolongación de la realidad, la retirada de Estados Unidos de la guerra agravó la ambigüedad de su obra y los sentimientos amargos de una sociedad decepcionada con su país. Las fotografías que se muestran aquí se encuentran lejos de esa captación del movimiento de grandes masas urbanas: rara vez aparecen más de dos personas, y todas ellas muestran claramente su pesadumbre y tristeza, mirando principalmente hacia abajo. Esto provoca que la sensación de espontaneidad tan característica de sus primeras imágenes se pierda dejando paso al posado. Las escenas reflejadas no guardan relación unas con otras, ni siquiera los espacios – jóvenes divirtiéndose en Venice Beach, paisajes captados desde la ventanilla del coche, retratos – ya que más bien lo que Winogrand buscaba era trasmitir sentimiento, aunque esto se pierda con sus últimas panorámicas. 

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