En esta ocasión, abandonamos las calles madrileñas y nos adentramos en la Fundación Mapfre y en una de sus exposiciones, que alberga la obra de uno de los fotógrafos que mejor supo captar la esencia de Nueva York especialmente: Garry Winogrand.
Bajando desde el Bronx. Dando la bienvenida a los visitantes, una gran pared
blanca antecede a la primera parte de la colección reflejando la ideología y el
estilo fotográfico de Winogrand, la manera con la que concebía su trabajo. En
ella se puede leer: “A veces siento como si […] el mundo fuera un lugar para el
que he comprado una entrada […]. Un gran espectáculo dirigido a mí, como si
nada fuera a suceder a menos que yo estuviera allí con mi cámara”. En eso se
convirtieron para él las calles de Nueva York, en un gran escenario en el que
la función no se podría poner en marcha a menos que él la captara con su
cámara.
A continuación, en una pared de mayores dimensiones,
comenzamos a ver las primeras fotografías que forman parte de la vida americana
más ajetreada. A la derecha, niños huyendo del frío y la nieve que dejan a lo
lejos una perspectiva perfecta de una calle neoyorkina; mujeres que,
preocupadas, cuchichean sobre sus problemas o miembros de la comunidad negra
que ríen mientras pasean entre la multitud son retratados como reflejo de una
sociedad imperfecta que comenzaba a crecer en todas sus esferas y planos tras
años de gran convulsión. Para ello, Winogrand requiere en mayor número de
ocasiones a un objetivo gran angular para dar mayor sensación de seguimiento a
un mayor número de personas y a espacios más abiertos. Con ello, el resultado
es, también, más ambiguo y difícil de interpretar. Sin embargo, fotografías con
una gran profundidad y primeros planos se mezclan entre sí en una pared blanca
que hace resaltar tanto su blanco y negro propio como el que les rodea a través
de marcos de formas más distintas. Cuánto más pequeña es la foto, más grande es
este. El pequeño toque curioso lo ponen una sucesión de pequeños detalles e
instantes de la vida cotidiana. En el centro, pequeñas sucesiones conviven
separadas: por un lado, la rutina de hombres que caminan o conversan en un
desfile, de cuerpo entero o en un plano medio; escenas más llamativas e
inusuales que pertenecen de las cuales algunas vuelven atrás en el tiempo con
respecto a las anteriores; o desfiles, actos y mítines políticos, hacia los que
sentía interés, especialmente por fotografiar a los presidentes y
vicepresidentes. En ellos, la bandera de Estados Unidos cobra fuerza, dejando
paso a sus verdaderos protagonistas: los ciudadanos y sus miradas, que tanto
transmiten.
En esta parte se encuentra dos de sus series más
conocidas. La primera, Women are
beautiful, donde la mujer es la principal protagonista. A veces, es pillada
de imprevisto; otras, mira descarada o sorprendida a la cámara. En estas fotografías, podemos
contemplar a varias mujeres -a las que se identifica con su nombre- realizando acciones muy concretas como fumar,
esperar, salir del coche o simplemente paseando o hablando entre ellas. En la
segunda, llamada The Animals, podemos
ver a animales de todo tipo, en el zoo de Central Park especialmente. El resto
de últimas fotografías de esta etapa tienen una menor conexión ente ellas si
cabe: momentos en interiores como un baño del Aeropuerto JFK se mezclan con
otras desarrolladas en exteriores, como una playa. Con estas fotografías podemos
observar las grandes diferencias sociales existentes entonces al alternarse
imágenes de grupos pudientes, que transmiten elegancia, derroche y arrogancia a
partes iguales, con personas pidiendo en la calle o en situación de pobreza.
Un estudioso de Norteamérica. Junto a estas primeras fotografías, de las que
sorprende su ausencia de título o pie de foto – tan solo es posible diferenciar una de otra por su contenido, ya que
todas van acompañadas por el lugar donde fueron tomadas, Nueva York, y el año,
lo que lleva a que muchas coincidan – da comienzo la segunda parte de la
exposición: un estudioso de América. Refleja
- como de nuevo su propio nombre indica a la perfección - el estudio que el fotógrafo
realizó de la vida estadounidense en sus viajes, más allá de las calles de
Nueva York, pero también más allá de las costumbres y tradiciones, en un
intento por comprender mejor a los norteamericanos.

A
medida que la exposición avanza, y con ella las fotografías, uno puede darse
cuenta que la situación del país va cambiando, y con ellas, los distintos
sentimientos y situaciones reflejados en ellas. Los altos rascacielos y las
calles kilométricas quedan atrás, dejando paso a las grandes casas entre montañas
de Texas y al protagonismo de los paisajes y las ciudades menos concurridas
captadas con un objetivo gran angular. Se trata de fotografía más descuidadas, con enfoques inclinados y
en las que el motivo fotografiado aparece cortado, como insinuado. En esta
parte de la exposición, los temas no suelen mezclarse y exponerse por separado,
sino agrupados en pequeños grupos de tres, cuatro u ocho fotografías: ferias de
ganado y vaqueros paseando por Dallas por un lado, convenciones políticas y
mítines de Kennedy juntos; fotografías de distintas playas y en frente de diferentes
interiores, en alguna ocasión alternadas, en las que premia a veces lo estático
frente al movimiento, a diferencia de la primera parte.

Otra
planta nos dirige a lo que queda del resto de la exposición, que comienza
concluyendo esta parte. Aquí, la temática y los pequeños agrupamientos de
fotografías comienzan a ser más cerrados. Una pared alberga las despedidas,
encuentros y esperas en los aeropuertos. En frente de esta, el patriotismo es
más marcado: pueden verse banderas como motivos principales, desfiles de
miliares, la marcha de los soldados a la guerra. Sin alejarse de la realidad,
las fotografías son un reflejo de uno de los hechos en el que Estados Unidos se
estaba viendo envuelta: la Guerra de Vietnam. Pero igual de importante fue el
movimiento antibélico. En esta ocasión, la exposición acierta al alternar los
mítines de los presidentes que fueron pasando a lo largo de estos años con
grandes espacios abiertos en los que el auge del movimiento hippie queda
palpable: miradas a la cámara o la sensación de libertad, especialmente de la
mujer se juntan con instantáneas más rurales de ferias o partidos de fútbol
americano. Las grandes manifestaciones y multitudes de gente conducen a la
última parte de la exposición.
Auge y crisis. Esta tercera y última sección engloba su última
etapa fotográfica, desde su marcha de Nueva York a principios de los años
setenta hasta su fallecimiento a causa de un cáncer en 1984. En sus paredes, son varias las
ciudades que podemos volver a leer en los títulos de sus fotografías, sobre las
que Winogrand quiso profundizar en mayor medida, y muchos los distintos interiores
y exteriores captados, repitiéndose la mayoría de los temas mencionados
anteriormente.
Pero
si en la segunda parte mostrada ya íbamos siendo conscientes de ese tono amargo
que su temática iba adquiriendo, y que parecía que iba dejando atrás
paulatinamente para recoger la felicidad de los jóvenes, este se incrementa de
una manera más perceptiva aún. Como una prolongación de la realidad, la
retirada de Estados Unidos de la guerra agravó la ambigüedad de su obra y los
sentimientos amargos de una sociedad decepcionada con su país. Las fotografías
que se muestran aquí se encuentran lejos de esa captación del movimiento de
grandes masas urbanas: rara vez aparecen más de dos personas, y todas ellas
muestran claramente su pesadumbre y tristeza, mirando principalmente hacia
abajo. Esto provoca que la sensación de espontaneidad tan característica de sus
primeras imágenes se pierda dejando paso al posado. Las escenas reflejadas no
guardan relación unas con otras, ni siquiera los espacios – jóvenes
divirtiéndose en Venice Beach, paisajes captados desde la ventanilla del coche,
retratos – ya que más bien lo que Winogrand buscaba era trasmitir sentimiento,
aunque esto se pierda con sus últimas panorámicas.
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